domingo, 8 de junio de 2008

Paradoja

Los hombres, al igual que las mujeres, estamos destinados a ser presas de nuestras pasiones... las más diversas emociones nos embargan el alma...
Las más perversas nos poseen haciendo con nosotros lo que les viene en gana, no hay cabida para el sentido común, es el menos común de los sentidos ante tal estado de alarma.
Cuando menos lo esperamos, la pasiones confluyen en nuestro interior con la misma fuerza con la que el oceano azota los acantilados cuando la marea está en su punto más alto.
Las emociones, juntas o por separado, copulan con nuestra paz interna para finalmente dar a luz a una especie de mutante que carcome las entrañas.
Una fuerza desconocida, que no conoce de dimensiones, de límites, de cortapisas.
Es por ello que las emociones, en cualesquiera de sus manifestaciones, subliman lo mismo que dominan, pero también (e irremediablmente), avasallan.
Mientras esto no suceda, las emociones en su ir y venir, en ese encenderse para luego apagarse, pueden postergar o prolongar la llegada de sus efectos colaterales, que suelen ser por demás devastadores cuando se tornan incontrolables.
Lo mismo para aquel que se precia de temperamental que para aquel que conscientemente, o inconscientemente las reprime.
Por ello es que estamos destinados a vivir a sus expensas, difícilmente podremos poner un alto al sufrimiento por los más insospechados motivos, a la perenne necesidad de amor, de pasión carnal, de comprensión; o bien, a ese afán nuestro tan característico de perfección, de invulnerabilidad... a esa necesidad casi innata de supremacía por encima de los de nuestra especie, de sabiduría absoluta, de satisfacción a cualquier costo, pero sobre todo, a cualquier nivel.
Por ello es que, a razón de nuestras emociones, de su caprichoso y errático proceder, estamos condenados a vivir en un estado de absoluta indefensión.
...pero bien vale la pena preguntarse sí vivir sin sufrir el asalto de las emociones, cualesquiera que estas fueran, sería una situación concebible.
Ante la inexistencia de estas, del sobre salto que traen consigo, pero sobre todo, del sentido que le dan a la vida, seguramente la agonía se prolongaría más allá de lo imaginable...
Más allá, me atrevo a pensar, de lo que la misma agonía se manifiesta, para luego prolongarse indefinidamente por su causa.

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