domingo, 7 de octubre de 2007

marea de gente

El pasado es prólogo, que bien se puede convertir en lastre, si es que antes no se convirtió en aprendizaje, en moraleja. El prólogo de tu pasado se vuelve una suerte de carga que llevas cargando como si fuera una lápida, y que cada vez que te caes de rodillas tras haber tropezado, vuelves a sentir el peso de esa carga y a pesar de que la buscas e intentas con todas tus fuerzas desprenderte de ella, no la ves porque la llevas atada a la espalda, y cada vez que volteas hacia atrás, juras que no está ahí porque con la vista, con tus manos no la alacanzas para deshacerte de ella.
Sin embargo ahí está, aunque lo niegues, la lápida existe, la llevas cargando, lo mismo que existen esos odiosos bichos que dicen los científicos que habitan en tus pesatañas o los que se aumulan en tu almohada y que los respiras cuando te vas a la cama. Aunque la vista no te permita atisbarlos.
Así de real, de manifiesto, está el prólogo de tu pasado en cada acto que representas de nueva cuenta; llámese relación que emprendes, trabajo que retomas, amistad que renuevas.
Aunque no lo puedas ver ni tocar, ese prólogo volverá a ser leído una vez más en tu inconciente, cada vez que te enfrentas a la repetición de una experiencia que en algún momento, como deja vu, ya la viviste e inevitablemente marcará, determinará o guiará, el destino de esa experiencia, haciéndola sencilla o difícil, amarga o placentera...
Nadie que haya vivido con intensidad puede atreverse a decir que el pasado en el pasado está y que nada ni nadie lo trae de regreso al presente para que lo vuelvas a vivir, para que prácticamente lo recicles, para que te lo vuelvas a poner como abrigo pasado de moda, porque que de alguna manera que solo tu entiendes te presta cobijo, te protege de el presente que se antoja desconocido, cuando no hostil, a pesar de que huela a naftalina, a pesar de que esté viejo y desteñido.
Recordar, recrear, recargar el pasado en la memoria para determinar el rumbo de experiencias en el presente no es otra cosa más que un mecanismo de supervivencia, difícil admitir que no siempre te permite sobrevivir de la manera más decorosa, a veces te orilla a decir que no sin antes siquiera haber probado, intentado, apostado, y por qué no, hasta disfrutado.
Te obligam queriendo, o sin querer, a salir corriendo en la dirección contraria, a pesar del peso que cargas en tu espalda.
El prólogo que representa el pasado equivale a una cuota que nos cobra el presente para permitirnos la osadía de transitar hacia el futuro; es el pago de derechos, de un boleto de entrada a un concierto que disfrutaremos desde la fila más alejada, con tal de que no nos asfixie el tumulto que ya se ha arremolinado al frente del escenario, ese que disfruta a sus anchas, descarado, casi cínico, de la presentación desde la primera fila, aún a riesgo de que lo pisen o lo aplasten.
Así de pesado se puede volver el prólogo de tu pasado que cargas a cuestas en la espalda, mismo que por más vueltas que des, no atinas a identificarlo para deshacerte de él.